Leandro Iribarne 2025-10-20T22:51:00.000Z

Partitura de un encuentro

En esta crónica de Leandro Iribarne, la historia del Festival Laguna se cuenta como un acto de comunidad y resistencia cultural. A través de la voz de Nicolás y la cooperativa Sobra Milonga, el texto narra cómo un grupo de músicos decidió construir su propio espacio para que el arte también sea trabajo, encuentro y futuro compartido a orillas de la laguna.

Partitura de un encuentro

La laguna todavía guarda silencio. En la orilla, el viento levanta ondas como respiraciones. Falta poco para el festival, pero algo está en marcha: la trama invisible de voluntades, mates, discusiones, ideas que van y vienen. No hay escenario todavía, ni luces, ni programa impreso. Lo que hay es un pulso común, una canción que aún no suena, pero existe.

Nicolás habla despacio, como si pensara las frases en compases. Más que vender el evento, cuenta una forma de estar en el mundo; cuenta que lo que están haciendo no es solo un festival, sino también una forma justa de organizar la música, de entender que el arte también puede pagar el alquiler.

Sobra Milonga nació hace veinte años, cuando la idea de cooperativa era una palabra rara. Hoy ese es su formato.
“Nos dimos cuenta de que podíamos crecer más si lo hacíamos juntos —cuenta—. Armar un estudio, producir, organizar. No solo tocar.”
Esa decisión los trajo hasta acá, a Monte, donde el paisaje y la gente le dan cuerpo a algo que, construido colectivamente, suena bien y fuerte.

La cooperativa cumple veinte años y, para celebrarlo, se propuso algo que podría parecer arriesgado: organizar su propio festival. El Festival Laguna. La búsqueda por abrir un espacio.
“Las bandas como las nuestras no tenemos festivales a dónde ir —dice Nicolás—. No movemos tanta gente, no somos parte de la industria. Algunos porque no queremos, otros porque no podemos. ¿Y si hacemos el nuestro?”

En el aire suena esa mezcla de desafío y ternura que tienen los comienzos. El primer problema fue conseguir el escenario.
“No queríamos un parlante tirado sobre cuatro cajones. Queríamos hacerlo bien.”
Después vino el apoyo inesperado.
“Me sorprendió para bien la cantidad de gente que se acercó a dar una mano o simplemente a decirte ‘te las voy a pagar a estas entradas, porque está buenísimo que hagan esto’.”

Monte parece contagiarse de esa energía silenciosa. Entre árboles y manos que se mueven, las canciones se ensayan. Por ahora no hay música, pero la canción cuenta la historia de un grupo que decide construir su propio lugar en el mapa.

“El próximo desafío es que esto se convierta en un punto turístico. Que la gente de la provincia conozca la laguna, venga, se tome una cerveza, coma algo rico y disfrute de buena música. Que sea el primero de muchos.”

La laguna escucha

La chispa.

La idea tiene raíz en un atardecer de otro festival, el de La Isoca (Necochea), años atrás… allá por 2018, cuando la forma de entender la música que vieron ahí quedó como semilla.
“Descubrimos que había otra manera de vivir la música, en un ambiente natural, en familia, con amigos, en comunidad. La gente viene a compartir, hay talleres, espacio para infancias. Una invitación a disfrutar de otra manera. Decidimos tomar ese ejemplo y replicarlo.”

Esa inclinación por la música como encuentro fue la semilla. Años después, la semilla encontró tierra en Monte.

Un día, tomando un café, Nicolás le contó la idea a Hernán Lassartesse. Hernán propuso sumarse a la organización; a la semana fueron a ver el predio y arrancaron. Hernán no es un nombre al pasar: por su historia, su oficio y su trayectoria.
“Nos atravesó un poco el evento”, recuerda Nicolás.
Esa conversación de café fue el puente entre la intuición y el plan concreto.

Eso fue lo que quedó plantado: la música como encuentro. Veinte años después, esa semilla encontró tierra en Monte, en su laguna.

La economía de la cultura

En un ensayo, la charla deriva hacia lo incómodo: la plata. Nicolás repite este credo como un mantra.
“En la música existe mucho eso de por ‘amor al arte’. Pero cuando madurás te das cuenta de que es un trabajo igual que cualquier otra industria.”
Hace una pausa, buscando la forma de que el concepto cale.
“Todo proyecto tiene gastos fijos: cambiar cuerdas, comprar cables, horas de ensayo, horas de estudio, traslado, comida. Y aparte la inversión de cada músico en el estudio de su instrumento. Todo eso tiene que tener retribución.”

Es, a la vez, un concepto y la columna vertebral del Festival Laguna. Por eso el modelo es distinto: el músico local no es un relleno en la grilla, es un socio.
“Tienen una coparticipación. Se quedan un gran porcentaje de lo que venden y aportan un porcentaje a la organización, lo que se conoce como ‘borderaux’.”
Esa frase se condensa como un manifiesto.

La anécdota surge sola:
“Algunos al principio decían ‘che, ¿y vamos a ganar un mango?’. Y sí, van a ganar un mango. La idea es que ustedes también empujen el evento igual que nosotros y que desde ahí podamos construir algo juntos.”
Es que un músico de Monte pueda, después del festival, decir “con esta plata le cambio las cuerdas a la guitarra”, y que eso, además de un avance material, sea un triunfo de dignidad.

La laguna es paciente. No apura a nadie. Espera el primer acorde. No tiene urgencia. Sabe que, cuando llegue el momento, la canción será colectiva.


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