Leandro Iribarne 2025-08-16T18:58:00.000Z

“Que está aclarando y vamos pescando para vivir…”

Leandro Iribarne narra la historia de Emma, un vecino que transformó unas simples tortas fritas en una olla popular que hoy alimenta a más de 260 personas cada semana. Entre resistencias silenciosas y sueños que crecen, la nota muestra cómo la solidaridad puede abrirse paso ante cualquier adversidad

“Que está aclarando y vamos pescando para vivir…”

Casualidad con sabor a río, el verso flotaba sostenido en el aire, hamacado por las banderitas de colores que cruzaban la plaza España. Domingo, invierno, seis de la tarde. El cielo se escondía detrás de la Escuela 16, cerrando el día. Entre los puestos de la feria Monte Emprende, el olor era comida, madera, sahumerios y esencias que escapaban de las mesas de artesanos.

Emma llegó así, con la ropa marcada por las horas de trabajo con las que recuperó el día anterior, su cumpleaños. Venía de mover escombros para adelantar la jornada de albañilería: trabaja por su cuenta, sin horario fijo, sin red. “Emma es más fácil”, dice cuando le pregunto por su nombre, simplificando para no enredarse.

—Hacía tortas fritas una vez por semana, así nomás, en casa. Y los pibes empezaban a caer… Y ahí dije: ‘Bueno, vamos a hacer algo más grande’.

Así nació la olla.

Me cuenta que al principio organizar la olla le costaba caro: dos días sin trabajar eran dos días sin cobrar. Pero después se fue sumando gente y el peso empezó a repartirse. Ahí están su pareja, Pamela Reyes, y su hijo, con compañeros de la escuela que se acercan siempre a ayudar; no hay feria, olla o taller en el que no estén colaborando.

La primer olla que se armó fue de 30 litros. Hoy son mas de 170lts que se preparan. Un salto que se cuenta solo, unas 260 personas que llegan cada semana. “A la gente no le gusta que le regalen nada; quieren un intercambio”, dice.

Lo esencial se teje con paciencia, aunque a veces el hilo sea fino y el tiempo escaso.

—Los mismos patrones te adelantaban algo, te ayudaban… porque veían lo que uno estaba haciendo.

Entre quienes colaboran, menciona al Sindicato de Camioneros, a Walter, a Guille Buñes.

No todo fue apoyo. En algún momento le pidieron que dejara de usar el espacio prestado por la cooperativa “Todos Somos Uno”

“Me pidieron que no cocine más ahí… podía generar algún tema de seguridad… me pidieron que no lo haga.” Lo dice sin enojo, sin nombrar a nadie. No busca confrontación. Su objetivo sigue siendo sostener el comedor, no ganar discusiones.

Una nena se acerca a mostrar un diente flojo. Es hija de un amigo. Bromeamos con que quizá caiga ahí mismo. Emma le pregunta si lo está cuidando para el ratón.

Ella se rie. Afuera, la feria sigue.

Lo que él hace, transita por debajo del asfalto de las noticias.

—Me acordé la vez que le pagué una milanesa a mi vieja y me largué a llorar.

La frase queda suspendida, mirando hacia un punto que no está en la plaza. Son raíces que empujan la piedra sin preguntar.

Entre historias, me cuenta cómo algunos en el barrio llegaban con vergüenza y un día se quedaron ayudando en la cocina; volvieron la semana siguiente con algo para sumar. O el vecino que dejó una bolsa de verduras en la puerta, sin decir palabra.

—Si tuviera todos los recursos, les daría un lugar donde los chicos puedan estudiar y comer antes de irse a su casa.

¿Cómo nombrar esta resistencia? No es batalla, es como el musgo que parte el cemento, la gota que talla su nombre.

Antes de irse, invita al festejo del Día del Niño y a los talleres en la Casa Compañera. Sin formalidad, como quien abre la puerta de su casa y se corre para dejar pasar.

Quizás la noticia no esté en que un hombre deja todo un domingo y después se sienta a dar una entrevista. Quizás esté en que todavía hay gente que arma ollas y mesas largas con lo que haya, que reparte lo suyo sin pedir credenciales.

Y una pregunta incómoda que me sigue por ahí: ¿cuándo fue la última vez que, en un barrio céntrico de clase media, se armó espontáneamente una mesa común, con lo que hubiera, para compartir entre todos?

Porque, como sugiere Emma, la solidaridad no se mide en lo que sobra, sino en lo que se ofrece incluso cuando apenas alcanza.

Que está aclarando y vamos pescando para vivir…

El verso se queda cuando Emma se aleja por la plaza, saludando a medio pueblo, con la misma disposición con la que, semana a semana, llena de manos y cucharas la olla que sostiene a los suyos.

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