Un hilo que nos une: 246 años de historia viva
Con la mirada de Alejandro Cortés, los 246 años de Monte vuelven a desplegarse como un hilo continuo de memorias y transformaciones.
Con la mirada de Alejandro Cortés, los 246 años de Monte vuelven a desplegarse como un hilo continuo de memorias y transformaciones.

El Día de las Tradiciones abre espacios donde las voces cruzan miradas, analizan acontecimientos y tantean quiénes somos. En una de esas charlas, Barberini lanzó una frase que quedó vibrando: la historia la escriben los desobedientes. Y mientras avanzaba en el análisis documental de las noventa pequeñas historias, entendí que, en gran parte, es así. Al relato oficial, tantas veces monolítico y desganado, le responden otras posturas que lo interpelan. ¿Cómo hubiéramos sabido tantas cosas ocurridas en estos 246 años si no fuera por esos desobedientes que dejaron testimonio? Sus rebeldías, con el tiempo, se volvieron documentos. En listas de cantidades, entre nombres y apellidos diversos, en pedidos a la corporación municipal, las desobediencias palpitan. Gracias a ellas la mirada se expande y la trama se vuelve más rica.
El conocimiento del pasado es, hoy, indiscutiblemente interdisciplinario. Quien pretende encerrarlo en una mesa de té a las cinco de la tarde solo ofrece una visión sesgada. En estos 246 años podemos ver con claridad cómo el eje fundacional se desplazó del viejo fortín hacia un nuevo núcleo de desarrollo desde 1863, alrededor de la actual Plaza Alsina, donde germinó el Monte moderno. En la ponencia presentada en el Congreso de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires trabajé justamente esa hipótesis del corrimiento del eje. Por razones aún no desentrañadas, el conjunto administrativo de la Manzana 91 —hoy Escuela 16— fue abandonado de modo paulatino. Una de las hipótesis posibles: dejar atrás el pasado rosista. La nueva centralidad se fijó en la manzana 46, unas cuadras más al norte, donde hoy se levanta el Palacio Municipal. El nuevo templo abrió ese camino, también por motivos que ignoramos. Luego llegaron la casa municipal, el juzgado, la escuela. No hay certezas sobre la ubicación exacta de aquel conjunto administrativo hasta la fijación definitiva, alrededor de 1870, en torno de la Plaza Alsina. Lo que sí muestran los documentos es que, entre el final del rosismo y la consolidación del Estado Nacional, la vieja guardia impulsó grandes transformaciones que alteraron la fisonomía del lugar: lo colonial cedió paso a lo moderno.
Ese eje religioso, constante en nuestra historia, revela una presencia sin interrupciones. Hubo tensiones, sí, como muestran algunos documentos, pero la continuidad prevaleció. Hay episodios deliciosos: la llegada del obispo en tren por Schepener y el pedido de las familias para alojarlo; la venta de cedulillas para financiar la pintura del nuevo templo. Ese templo marcó, desde 1863 e inaugurado el 29 de septiembre de 1867 junto al edificio escolar, el inicio de una etapa distinta. El gobernador aceptó ser padrino de la iglesia, y hacia el final del siglo XIX asistimos a una consolidación institucional decisiva: templo, escuela, municipalidad y juzgado anunciaban la llegada de la modernidad.
No sabemos por qué la escuela cambió de sitio, pero sí que los materiales de construcción se compraron en el Mercado 11 de Septiembre, Agencia Laureano Bonarino e Hijos, en Piedad 63 —hoy Bartolomé Mitre—, arteria que vinculaba el centro porteño con Plaza Miserere, núcleo económico y logístico de la época. Los bultos viajaron en las carretas de Francisco Aro rumbo al pueblo de Monte y a manos de Feliciano Lecea. Un remito menciona “100 bolsas de cal para la escuela”; otros detallan tirantes y vigas. También aparece el tropero Alejo Sánchez, que cargaba mercaderías diversas: perlas, azúcar, vino seco, aguardiente, vinagre, yerba, café. Todo para el comercio de José María Loria, procedente del Mercado del Sud. Por ferrocarril también llegaban efectos: diez portones de hierro, seis barandas, vigas, una carretilla. Así se dibuja la trama entre la gran ciudad y la frontera, entre proveedores, intermediarios y la comunidad.
En ese mar de documentos surge el día que Ameghino llegó a Monte. La información provino del historiador Federico Suárez, de Luján, entre otros aportes que amplían la mirada. El naturalista visitó la estancia de los Larguía en noviembre de 1883. Bajó del tren y tomó una galera que a las dos de la tarde lo llevó a ese establecimiento ubicado en lo que hoy es Berra. Los Larguía, junto a Marcelino González Videla, encabezaban un grupo de pequeños y medianos propietarios, acompañado de cientos de trabajadores rurales, como muestran los archivos contables de Hogan. Y también surge Bernabé N., al principio un nombre suelto, luego identificado como secretario de actas de la corporación. Sus dos cualidades —leer y escribir— eran la llave del progreso, como atestiguan los primeros censos nacionales. Allí se observa el abanico social de Monte: comerciantes, jornaleros, productores, cocheros, costureras, lavanderas, sastres, empleados, panaderos, albañiles, confiteros, incluso un florista francés, Pablo Benoit, de 38 años. Un pueblo dinámico y abierto que, a la vez, cultivaba su rasgo conservador y cauteloso en medio de los procesos turbulentos de la frontera sur.
Es difícil comprimir todo esto en minutos, pero la comunicación global exige síntesis. Desde el episodio 1 estamos convencidos de que cada podcast —más de cien— funciona como un disparador que permite dimensionar la riqueza de nuestra historia, que no cabe en cajas polvorientas ni en un posteo efímero. En este tiempo líquido, como dice Bauman, necesitamos volver a las fuentes. El embate global, según García Canclini, solo puede enfrentarse consolidando nuestras raíces y sabiendo de dónde venimos. Con 90 pequeñas historias intentamos abrir nuevos caminos hacia ese pasado que nos constituye.
Felices 246 años, comunidad de San Miguel del Monte.

Una escena mínima que se volvió ritual. En este relato Leandro Iribarne, cuenta la historia detrás de la fila que une a vecinos en El Querido.

Con la mirada de Alejandro Cortés, los 246 años de Monte vuelven a desplegarse como un hilo continuo de memorias y transformaciones.